¿Cuál es el equilibrio entre el respeto por las diferencias culturales y el cumplimiento de los derechos universales? El informe del Fondo de Población de Naciones Unidas 2008 alertó sobre la necesidad de abordar las problemáticas de género con enfoques de sensibilidad cultural. La meta es que el avance en materia de derechos de las mujeres se produzca en el seno de cada cultura. Nujood Ali tenía diez años cuando fue obligada a casarse con un hombre tres veces mayor. Diez años tenía también cuando ese hombre la perseguía por toda la casa para violarla. Y cuando la golpeaba.
Diez años tenía cuando fue hasta los tribunales y dijo: ''Vengo a divorciarme''. Cuando lo consiguió, volvió a la casa de sus padres y hasta fue premiada por su lucha. Ahora dice que quiere continuar sus estudios y ser abogada. Y ayudar a impedir los casamientos de niñas. Todo ocurrió en Yemen, tierra de cultura musulmana. Pero ni la fuerza de las prácticas más ancestrales impidió a Nujood Ali que peleara por su integridad. Ella supo hallar el equilibrio entre derechos, cultura y género. A los diez años.El respeto por la diversidad cultural encuentra un límite cuando se topa con ciertas prácticas y creencias que van en contra de los derechos humanos. El desafío está en lograr que esos derechos penetren en esas sociedades; que sean apropiados e integrados a los valores locales. Que arrasen con aquellas prácticas que resulten nocivas (no para algún@s, pero sí para much@s) y que arraiguen.
Que echen raíces.A eso apunta el informe anual del Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA), ''Ámbitos de convergencia: cultura, género y derechos humanos''. Se abordan, como siempre, cuestiones de salud reproductiva, desigualdad entre el hombre y la mujer, pobreza, etc. Pero, este año, bajo otra lupa. Para ''mostrar de qué manera los enfoques con sensibilidad cultural revisten importancia crítica para la vigencia de los derechos humanos en general y de los derechos de la mujer en particular''.
La vuelta al mundo
Las cifras atraviesan a todas las culturas del globo: las tres quintas partes de los 1000 millones de personas más pobres del mundo son mujeres y niñas; de los 130 millones de niños que no van a la escuela, el 70% son niñas; de los 960 millones de adultos que no saben leer, las dos terceras partes son mujeres.
Cifras que, muchas veces, se engrosan porque ''algunas normas y tradiciones sociales y culturales perpetúan la violencia por motivos de género, y las mujeres y los hombres pueden aprender a hacer caso omiso de esa violencia, o a aceptarla'', plantea el informe. El caso de Nujood Ali, la nena casada a la fuerza y divorciada por voluntad propia en Yemen, echó luz sobre una de las tradiciones musulmanas que más se opone al cumplimiento de los derechos de niñas y mujeres: los matrimonios infantiles. Otra práctica que no por arraigada es menos dañina tiene que ver con la mutilación genital femenina, habitual en muchos países del continente africano, especialmente en el llamado Cuerno de África. Se estima que más de dos millones de niñas sufren cada año este ritual (sobre todo el que consiste en la ablación del clítoris) que puede dar lugar a infecciones, infertilidad, hemorragias, traumas psicológicos.
O causar la muerte.Entre respeto por la diversidad cultural y garantía de los derechos humanos universales, ''el límite podría estar puesto por el sufrimiento. Si el respeto por la diversidad cultural implica sufrimiento, entonces no debe ser tomado como diversidad cultural'', sostiene Monique Thiteux-Altschul, directora de Fundación Mujeres en Igualdad. ''El problema –plantea- muchas veces es el aislamiento. Hay que insertarse y establecer una relación con esas culturas o comunidades''.Ese es también el objetivo que se propone el UNFPA desde su reciente informe: ''Al involucrarse en las realidades culturales es posible poner de manifiesto las maneras más eficaces de cuestionar las prácticas culturales nocivas y fortalecer las prácticas positivas''. La clave está en lograr los cambios desde el interior de cada cultura, apelando a ''las múltiples expresiones de resistencia interna, de las que surgen las transiciones''. Ya lo demostró Nujood Ali, con sus diez años.
Las venas abiertas
Envuelta en una bolsa plástica, desnuda. Tirada durante 24 horas en un basural donde suelen aparecer bebés muertos. Ese fue el modo que eligió la artista guatemalteca Regina Galindo para tratar de sacudir la pasividad de una sociedad habituada al espanto. Hacer de su cuerpo un mensaje ya es una costumbre para ella: antes se había escrito con un cuchillo la palabra ''perra'' en la piel, tal como tatúan a las víctimas de feminicidios en varios países de Centroamérica. La estrategia de Regina Galindo es solo una de las muchas que se ponen en práctica a diario en el continente por la defensa de la igualdad de género. ''En América Latina las mujeres han logrado que la violencia por motivos de género sea visible al lograr que se legisle contra ella –dice el informe de UNFPA 2008-; pero la imposición en la práctica de esas leyes sigue tropezando con problemas''.Esos problemas no pueden analizarse ni erradicarse sin un enfoque cultural.
Muchas veces, ese obstáculo para el cumplimiento de las leyes tiene que ver con las tradiciones que sostienen la violencia patriarcal. ''Desde su más temprana infancia se les enseña a las mujeres que son inferiores al hombre y que suelen ser culpables de la violencia que se les inflige'', señala el documento. Al respecto, la socióloga Eleonor Faur, oficial de enlace del UNFPA en Argentina, dijo en el marco de la presentación del informe que son esos patrones culturales machistas –impregnados también en la piel de muchas mujeres- los que llevan a la vulneración cotidiana de los derechos. ''Esos valores culturales funcionan como barreras, pero también hay grupos promoviendo otros valores, como la educación sexual o el combate contra la violencia de género. Por eso decimos que hay una tensión entre el cambio y la continuidad''.
De Ushuaia a la Quiaca
Ocurrió en Salta, en una comunidad wichí. Un hombre violó y embarazó a una nena, hija de su concubina.
El culpable fue procesado. Dirigentes wichí reclamaron su libertad, sosteniendo que lo que había hecho tenía que ver con una tradición arraigada. A diferencia de ellos, Octorina Zamora, también líder Wichí, denunció a la justicia provincial por discriminación, por ''pensar que el pueblo wichí acepta el abuso sexual de las niñas como una costumbre ancestral''. La defensa de la violación de la nena como práctica instalada había surgido del ámbito de la cultura wichí. La lucha en contra de esa costumbre, también. Primero está la persona, la niña como sujeto social. ''Los menores de edad deben estar protegidos. No hay relativismo cultural que valga contra esto'', enfatizó la antropóloga Ana Esther Koldorf, magíster en relaciones de género y miembro fundadora del Centro de Estudios sobre Diversidad Cultural.
''Se trata de imbricar lo moderno con lo tradicional. Hay que respetar la diversidad cultural, pero a la vez hay prácticas que deben ser combatidas. La clave –dijo- es ir haciendo un trabajo con las distintas organizaciones de mujeres, para ir definiendo el tipo de trabajo con cada grupo; no se pueden buscar ejes únicos''.Claro que el trabajo por hacer no está solo en las comunidades de los pueblos originarios. Clase social, edad, religión y otras variables se entrecruzan en los enfoques con sensibilidad cultural. En materia de salud reproductiva, por 'ejemplo, las diferencias en los distintos sectores están claras. ''Entre la clase media -explicó la socióloga Faur- la maternidad adolescente es considerada casi inaceptable, y entre los sectores populares es algo naturalizado''.
Llevando las estadísticas al mapa, el estudio ''La Fecundidad Adolescente Hoy: Diagnóstico Sociodemográfico'' - realizado por las investigadoras Georgina Binstock y Edith Alejandra Pantelides, del Centro de Estudios de Población - indicó que la incidencia de los casos de niñas madres en Buenos Aires y Santa Cruz es inferior al dos por ciento, mientras que en Catamarca, Corrientes, Chaco, Formosa y Santa Fe supera el cuatro. En estos días de crisis, la bolsa de valores en género y derechos humanos indica que la Argentina registró algunos logros: mejoró, por ejemplo, el índice de mortalidad infantil. No así la muerte por maternidad: cada año, desde hace diez años, alrededor de 400 mujeres pierden la vida por problemas en el parto o el embarazo. Cada una de esas 400 mujeres a lo largo de cada uno de estos diez años merecía que se le respetara el derecho a la vida. Cualquiera fuera el ámbito cultural al que perteneciera.
Fuente: Artemisa Noticias
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