Cuarenta años después, la pregunta que los sectores sociales, políticos y literarios que siguieron de cerca la vida atormentada y a la vez esperanzadora de Arguedas se hicieron en ese momento sigue vigente, no porque no haya respuesta sino porque esa respuesta, adelantada por el propio intelectual andahuaylino en sus obras, entrevistas y ensayos cuestiona aún a quienes intentamos encontrar el camino para eliminar muchas de las barreras sociales que afectan a nuestra sociedad, manteniéndola en la exclusión, la ignorancia y la injusticia.
Los especialistas han dado en llamar a la novela póstuma “El zorro de arriba y el zorro de abajo” (Losada, Buenos Aires, 1971) como su testamento político, y así se entiende hasta hoy, pues en ella Arguedas narra sus conflictos íntimos que lo llevarían al suicidio, sus impresiones sobre la vida social, cultural y política del país, su experiencia con otros escritores latinoamericanos, su visión de la cultura andina y sus frustraciones respecto al amor y su obra creativa. Sin embargo, esta novela es nada más que el epígono de una vida dedicada a expresarse con la voz y la emoción de un hombre de su raza.
Probablemente sea “Todas las sangres” (Losada, Buenos Aires, 1964) la novela en la que José María Arguedas intentó reunir toda su mirada respecto al mundo que le tocó vivir, ese mundo en el que superviven enfrentados y a la vez de espaldas uno del otro, la cultura andina y la occidental (traída de España a la fuerza), ambas ya tergiversadas, adulteradas y hasta corrompidas por el curso de la historia y el paso del tiempo, un mundo del cual él mismo fue víctima a lo largo de su vida.
“Todas las sangres” intenta ser una novela total. Ya su título anuncia esa aglutinación real e inevitable que se manifiesta en la sociedad peruana y que fácil y lógicamente es aplicable a toda América. Aunque algunos críticos la señalen como una novela irregular, sus páginas conforman, a través de varias historias de enfrentamientos culturales, un cuadro de la realidad del país salido de los paisajes inhóspitos de la sierra peruana y recreado, repetido, renovado en la gran urbe.
La mayoría coincide en que es la novela “Los ríos profundos” (1958) la que mayor calidad literaria alcanza y lo coloca como el mayor narrador peruano, a pesar de que otros, sin desmerecer, hayan obtenido más fama y fortuna. Arguedas muestra en esta su segunda novela su propia experiencia como miembro de dos culturas enfrentadas. El niño Ernesto se ve como parte de la cultura dominante al ser hijo de un señor y al mismo tiempo como parte de la cultura dominada al criarse entre los indios, y como tal es testigo de una revuelta protagonizada por mujeres indígenas ante las injusticias del sistema, representado por el gobierno. Esta metáfora sería el hilo conductor de toda la obra literaria y antropológica de Arguedas y el centro de su visión del mundo.
Antes Arguedas había publicado “Yawar fiesta” (1941), novela en la que más bien muestra la cultura andina a través de una de sus tradiciones más arraigadas y que a su vez representa el enfrentamiento entre lo andino y lo español a través de la lucha entre el cóndor y el toro, pero al mismo tiempo mostraba las luchas internas y domésticas de un pueblo alejado del centralismo capitalino, que sufría los mismos males de la ciudad como la corrupción y el ejercicio despreciable y villano de la política.
En 1961 José María Arguedas publica la novela “El Sexto”, una historia de carácter autobiográfico que sale del tema habitual de lo andino y se interna en el submundo lúgubre e inhumano que es la cárcel, en este caso la que da nombre a la novela y en la que el propio Arguedas es internado por razones políticas. Pronto esta novela se convierte en un símbolo de la injusticia en el país pero luego pasa a un segundo plano mientras que Arguedas asume una mayor presencia en el ámbito cultural nacional e internacional, ocupa importantes cargos públicos y académicos a la vez que sus ideas son adoptadas por diferentes grupos políticos, inclusive.
Arguedas escribió también cuentos, poemas y ensayos antropológicos, de entre los cuales destacan el poema “Oda al jet” y el conjunto de poesías “Katatay”, los cuentos “Agua”, “Warma kuyay”, “La agonía de Rasu Ñiti” y “El sueño del pongo”, en los que redunda en el tema de la cultura andina. Entre su obra ensayística destaca el volumen “Notas sobre la cultura latinoamericana” (1966) y “Las comunidades de España y del Perú” (1968). Igual de importante es su labor investigadora sobre el folklore, recopilando canciones e interpretándolas en círculo de investigadores y especialistas, participando en eventos como el de la Fiesta de la Virgen de la Candelaria en Puno, donde precisamente bautizó al departamento como Capital del Folklore del Perú y que luego se institucionalizara a través de leyes y normas exclusivas para proteger y difundir la expresión musical y dancística del altiplano.
La trascendencia de la obra y el pensamiento de Arguedas se hace cada vez más amplia. En vida recibió varios premios y homenajes y hasta hoy de organizan cada año, y en las universidades más importantes de América Latina, Estados Unidos y Europa, reuniones académicas para analizar e interpretar su obra, aunque pocas veces se han aplicado, por ejemplo, para mejorar la calidad educativa en nuestro país. Los últimos años, la Casa de las Américas de Cuba, una de las instituciones más antiguas de fomento a la literatura y arte en general, ha instituido el premio honorífico anual José María Arguedas, a un autor y obras que haya destacado y aportado a la cultura latinoamericano en el campo de la narrativa.
José María Arguedas nació en Andahuaylas, en 1911. Al morir su madre siendo él niño y su padre se casara por segunda vez, quedó al cuidado de su madrastra, de quien recibió un trato de sirviente, junto a los indios de Puquio, adonde se trasladó la nueva familia. Al cumplir once años él y su hermano escapan de casa y se refugian en una hacienda, desde donde luego se trasladan a Abancay, Ica, Huancayo y finalmente Lima. Allí ingresa a la Universidad de San Marcos para estudiar Literatura, es apresado por participar en manifestaciones estudiantiles y al graduarse ejerce la docencia en Sicuani, Cusco. Posteriormente vuelve a Lima, donde es activo representante de los maestros y es llamado por el Ministerio de Educación para colaborar en planes educativos. Ejerce varios cargos, especialmente de investigador y catedrático en diferentes universidades, hasta su suicidio, el 28 de noviembre de 1969 y su muerte, acaecida el 2 de diciembre de ese año.